miércoles, 27 de julio de 2011

Las rosas del sueño eterno

                                          Rilke en su torreón de Muzot

                         http://picture-poems.com/rilke/rilke-muzot_1923.html  


Las rosas han sido tradicionalmente las compañeras de viaje hacia la eternidad. En el caso del poeta checo Rainer Maria Rilke no solo fueron compañeras, sino que Hades quiso para él que un símbolo de la belleza le proporcionara también la muerte.
Rilke vivió con frecuencia estados de angustia existencial, estados de profunda melancolía (y posiblemente viviera también episodios de angustia creativa) en un cuerpo débil y enfermizo. Vivió sin dinero una vida errante que le acarreó desgracia e infelicidad hasta que un buen día se trasladó al castillo de Muzot (quizá un fiel guardián del silencio y la soledad que siempre buscó).
A lo largo de su existencia caminó entre el trasiego de la vida visible a la invisible. Para él la vida invisible era esa vida interior única, verdadera y real donde confluyen el alma, la intimidad y el sentimiento. Un mundo mucho más cierto que la mera percepción de lo tangible. Y ese mundo interior se convirtió en un manantial que vertía la belleza de sus poemas, se convirtió en la voz de la poesía pura clamada desde el candor de su alma.
Es curioso que el poeta que vivió entre la belleza y el espanto, según el título del hermoso libro que le dedicó Antonio Pau, encontrara su muerte entre el espanto por el dolor que le causó una espina y la belleza de una rosa.
Un aciago día de 1926 el poeta se prepara para recibir la visita de la egipcia Nimet Elui, y sale al jardín de su torreón de Muzot para cortarle unas rosas en su honor. Apolo las creó lanzando sus dorados rayos para cautivar al alma de Rilke con su belleza. Su mano izquierda cogió las rosas, clavándose una espina que le provocó un gran dolor, una espina que fue un puñal para su corazón. Con este pinchazo se descubre que el poeta padece leucemia y fallece en menos de un mes, a finales de 1926. Rosas que se cubrieron de sangre pero también de rocío al oír estas palabras que el poeta les dedicó:

Una sola rosa es todas las rosas
Y es ésta; el irremplazable,
El perfecto, el dócil vocablo
Que encuadra el texto de las cosas.

Cómo decir alguna vez sin ella
Lo que fueron nuestras esperanzas,
Y las tiernas intermitencias
En nuestro continuo viaje.

Y para su epitafio escribió: “Rosa, oh contradicción pura, alegría de no ser sueño de nadie bajo tantos párpados”.
Él mismo dijo en una ocasión que volvería a través de las flores, por eso, seguramente, hoy será una rosa. Fue siempre su flor favorita, su símbolo. Brotó por encima de injusticias, guerras, muertes, miserias, penalidades, infortunios… manteniéndose firme ante el dolor. Aromatizó con la esencia de sus poemas la vida de muchos lectores apenados por la guerra, y cultivó sobre la tierra su semilla dorada y soñada de ser poeta. En medio de tantas luchas terrenales permaneció inmarcesible, porque como él mismo afirmó: “El final de todo será hermoso”.