http://picture-poems.com/rilke/rilke-muzot_1923.html
Las rosas han sido
tradicionalmente las compañeras de viaje hacia la eternidad. En el caso del
poeta checo Rainer Maria Rilke no solo fueron compañeras, sino que Hades quiso
para él que un símbolo de la belleza le proporcionara también la muerte.
Rilke vivió con
frecuencia estados de angustia existencial, estados de profunda melancolía (y
posiblemente viviera también episodios de angustia creativa) en un cuerpo débil
y enfermizo. Vivió sin dinero una vida errante que le acarreó desgracia e
infelicidad hasta que un buen día se trasladó al castillo de Muzot (quizá un fiel
guardián del silencio y la soledad que siempre buscó).
A lo largo de su
existencia caminó entre el trasiego de la vida visible a la invisible. Para él
la vida invisible era esa vida interior única, verdadera y real donde confluyen
el alma, la intimidad y el sentimiento. Un mundo mucho más cierto que la mera
percepción de lo tangible. Y ese mundo interior se convirtió en un manantial
que vertía la belleza de sus poemas, se convirtió en la voz de la poesía pura clamada
desde el candor de su alma.
Es curioso que el
poeta que vivió entre la belleza y el espanto, según el título del hermoso
libro que le dedicó Antonio Pau, encontrara su muerte entre el espanto por el
dolor que le causó una espina y la belleza de una rosa.
Un aciago día de 1926
el poeta se prepara para recibir la visita de la egipcia Nimet Elui, y sale al
jardín de su torreón de Muzot para cortarle unas rosas en su honor. Apolo las
creó lanzando sus dorados rayos para cautivar al alma de Rilke con su belleza. Su
mano izquierda cogió las rosas, clavándose una espina que le provocó un gran
dolor, una espina que fue un puñal para su corazón. Con este pinchazo se
descubre que el poeta padece leucemia y fallece en menos de un mes, a finales
de 1926. Rosas que se cubrieron de sangre pero también de rocío al oír estas
palabras que el poeta les dedicó:
Una sola rosa es
todas las rosas
Y es ésta; el
irremplazable,
El perfecto, el dócil
vocablo
Que encuadra el texto
de las cosas.
Cómo decir alguna vez
sin ella
Lo que fueron
nuestras esperanzas,
Y las tiernas
intermitencias
En nuestro continuo
viaje.
Y para su epitafio
escribió: “Rosa, oh contradicción pura, alegría de no ser sueño de nadie bajo
tantos párpados”.
Él mismo dijo en una
ocasión que volvería a través de las flores, por eso, seguramente, hoy será una
rosa. Fue siempre su flor favorita, su símbolo. Brotó por encima de
injusticias, guerras, muertes, miserias, penalidades, infortunios…
manteniéndose firme ante el dolor. Aromatizó con la esencia de sus poemas la
vida de muchos lectores apenados por la guerra, y cultivó sobre la tierra su
semilla dorada y soñada de ser poeta. En medio de tantas luchas terrenales
permaneció inmarcesible, porque como él mismo afirmó: “El final de todo será
hermoso”.