sábado, 7 de abril de 2012

Erckmann-Chatrian y El amigo Fritz

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 Émile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890) fueron dos novelistas franceses que escribieron sus obras a dúo. Cultivaron desde obras románticas hasta cuentos de terror y se ganaron la admiración de escritores como Lovecraft, Victor Hugo o Émile Zola.
Una de sus mejores obras románticas fue: El amigo Fritz. Como ambos escritores se conocieron en la primavera de 1847, probablemente tomaron de esa estación su esencia vital con la que impregnaron de optimismo las páginas de esta novela, con una luz llena de colorido que deja su resplandor en la salubridad, amabilidad y sencillez de sus gentes; y en el alma del lector una sensación de dulzura, felicidad, ternura y  paz por el brillo que transmite cada hoja.
Esta obra brotó en 1864. Cada personaje responde a una descripción precisa y al modelo fiel del cuadro de costumbres, desde el rabino David que ejerce como casamentero hasta el bohemio Josef o el epicúreo protagonista Fritz.
Fritz Cobus es un solterón joven y rico que dedica su vida a evitarse preocupaciones y a comer y a beber bien, a pasear por las tierras alsacianas y a frecuentar  las posadas en compañía de sus amigos, viviendo en una hermosa casa de la plaza de las Acacias y con una granja en propiedad en el valle de Meinsenthal. En su propia casa disfruta de las buenas comidas que le prepara la vieja y fiel sirvienta Katel.
El mejor amigo del que fuera su padre, el rabino David, le propone alguna joven, bella y honrada esposa para casarse pero siempre acaba rehusando la propuesta y riéndose a carcajadas porque prefiere mantenerse soltero.
Posteriormente, pasa una temporada en la granja para ayudar a los moradores en sus tareas, y es allí donde se enamora de la tímida, inocente y dulce Suzel, a la que los propios autores la describen como si fuese uno de los más hermosos paisajes de la obra: “Había en ella como un perfume de los campos; un buen olor de primavera y de aire libre, algo de riente y de dulce, como la algarabía de la alondra sobre los trigales: al mirarla os parecía estar en pleno campo, en la antigua hacienda después del deshielo”.  Es una jovencita a la que Fritz alaba por sus buenos platos y por su forma de desenvolverse en las tareas. En toda su estancia no echa de menos en ningún momento la vida en su casa y en sus quehaceres cotidianos; y cuando regresa al hogar vuelve como alguien despistado, triste y enfermizo, hasta darse cuenta de que lo que le sucede es que se ha enamorado de Suzel, pero debido a la diferencia de edad entre ambos, cuando le toca volver de nuevo a la granja prefiere huir de ella y pretexta un viaje con el recaudador de contribuciones recorriendo con él los hermosos valles del Rin. A su vuelta, como no ha podido olvidarse de ella, se da cuenta de que es inútil escapar. Acude a la cervecería del Gran Ciervo en compañía del padre de Suzel y del rabino David, y allí el alcohol le hace traslucir su alma replicándole un comentario al rabino con las siguientes palabras: “Oye, David, ¿a qué llamas tú cosas sin importancia? ¿En todo tiempo y en todos los países no ha sido el amor el que ha inspirado las más bellas acciones y los pensamientos más elevados? ¿No es el mismo aliento del Eterno el principio de la vida, del valor, del entusiasmo y de la abnegación? ¿A ti te corresponde profanar así la fuente de nuestra felicidad y la gloria del género humano? Si quitas el amor al hombre, ¿qué puede quedarle? La avaricia, el egoísmo, la embriaguez, el tedio y los más miserables instintos. ¿Qué gran obra hará? ¿Qué cosas bellas podrá decir? Nada en absoluto. ¡No pensará más que en llenar la tripa!... ¿Y si se llama al canto de vuestro rey Salomón el Cantar de los Cantares, no es también porque canta el más noble amor, el más grande, el más profundo en el corazón del hombre? Cuando dice en el Cantar de los Cantares: “Mi bien amada, tú eres hermosa como la bóveda de las estrellas, agradable como Jerusalén, temible como los ejércitos que avanzan con sus desplegadas banderas”, ¿eso no quiere decir que nada hay más bello, más invencible y dulce que el amor? ¿Y todos nuestros poetas, no han dicho lo mismo? ¿Y, desde Cristo, el amor no ha convertido a los pueblos bárbaros? ¿Con una sencilla cinta de un salvaje no ha hecho un caballero? En nuestros días todo es menos grande, menos bello, menos noble que antaño; ¿no es porque los hombres desconocen el verdadero amor y se casan nada más que por interés? Pues yo sostengo y digo que el amor verdadero, el amor puro, es la única cosa que puede cambiar el corazón del hombre, lo único que puede elevarlo y que merezca la pena de dar por él la vida; me parece que han hecho muy bien estos hombres batiéndose, puesto que ninguno de ellos podía renunciar a su amor sin reconocerse indigno de él a sí mismo”.