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Sobre diversos
pilares se edifica esta monumental novela del divino poeta Hölderlin: Hiperión, cuyas palabras alcanzan la
cima de la pureza. Algunos de esos pilares son: el reflejo del panteísmo, y más
concretamente de la cita spinoziana: Deus
sive natura (Dios o Naturaleza), por la cual la realidad es un sistema
único cuyas partes se refieren siempre a un todo, a una sustancia única llamada
Naturaleza o Dios; el sueño de la perfección del alma humana, la idealización
de la Grecia Antigua, la idealización del Amor representado a través de un
nombre platónico: Diótima, el placer de contemplar la Belleza en su concepto
sagrado, la aplicación de su propia máxima: “Cercano está el Dios, pero difícil
es captarlo; y donde crece el peligro crece también lo que nos salva”…
Esta novela
epistolar, escrita a finales del siglo XVIII, se encuentra inmersa en el
idealismo alemán y en los rayos del primer Romanticismo. En ese idealismo
alemán se admiraba a la Grecia Antigua, hasta el punto de que los alemanes
llegaron a sentirla como su propia seña de identidad. De ese país se enamoraron
sin haberlo visto nunca; e incluso no se atrevían a viajar y conocerlo por el
temor infundado de que se llevaran una decepción y se rompiera el sueño. Todo este
amor por Grecia se debió a la influencia que ejerció Winckelmann, como nos
cuenta Rosa Sala Rose en su gran ensayo El
misterioso caso alemán: En general,
todo parece apuntar a que el sueño helénico de Winckelmann, con sus griegos
libres y bellos, fue en gran medida un extraordinario ejercicio de sublimación
erótica, del que, a través de un efecto extraño de simpatía colectiva
inconsciente, cayó víctima una Alemania que, con su sentido protestante de
deber y su negligencia pietista del cuerpo, resultaba especialmente proclive a
este tipo de seducción.
La novela se
configura a través de una sucesión de cartas que el griego Hiperión dirige a un
amigo alemán (sin voz en la novela), llamado Belarmino. Comienza la novela
epistolar con el regreso de Hiperión a su Grecia natal con una mezcla de
alegría y dolor, pero encontrando consuelo en la unión con la naturaleza a
través del “todo-uno” del idealismo alemán, por el cual el propio ente se funde
con la belleza de la naturaleza, observándose en ejemplos tales como: ¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa
cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti,
la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo. Todo mi ser
calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho.
Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino
hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos,
como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad.
Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el cielo del
hombre.
Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo,
al todo de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegrías, ésta
es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el
mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se
asemeja a los trigales ondulantes.
Otro tema importante
en esta primera parte de su obra es el recuerdo de su infancia, la evocación de
ese pasado de libertad y de calma, que fue uno de los motivos por los cuales
había vuelto a Grecia, al país donde se encuentra el escenario de sus juegos de
niñez y del que regresa al comienzo de la novela, como se ha dicho antes:
¡Calma de la infancia, calma divina! ¡Cuántas veces te contemplo en
silencio, amorosamente, y quisiera alcanzarte con el pensamiento! Pero sólo
conservamos nociones de lo que, habiendo sido malo, se acabó transformando en
bueno; de la infancia y de la inocencia no tenemos nociones.
Cuando yo era un niño callado y no sabía nada de todo lo que nos rodea,
¿no era entonces más que ahora, tras todas las fatigas del corazón y todos sus
esfuerzos y afanes?
Sí, el niño es un ser divino hasta que no se disfraza con los colores
de camaleón del adulto.
Es totalmente lo que es, y por ello es tan hermoso.
La coerción de la ley y del destino no le andan manoseando; en el niño
sólo hay libertad.
En él hay paz; aún no se ha destrozado consigo mismo. Hay en él
riqueza; no conoce su corazón la mezquindad de la vida. Es inmortal, pues nada
sabe de la muerte.
Pero los hombres no pueden soportar esto. Lo divino tiene que volverse
como uno de ellos, tiene que notar que ellos también están ahí, y antes de que
la naturaleza lo expulse de su paraíso, los hombres lo arrancan de él y lo
arrojan al campo de la maldición, para que se gaste trabajando con el sudor de
su frente.