miércoles, 31 de octubre de 2012

Hiperión: la belleza de una joya

                                                            


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Sobre diversos pilares se edifica esta monumental novela del divino poeta Hölderlin: Hiperión, cuyas palabras alcanzan la cima de la pureza. Algunos de esos pilares son: el reflejo del panteísmo, y más concretamente de la cita spinoziana: Deus sive natura (Dios o Naturaleza), por la cual la realidad es un sistema único cuyas partes se refieren siempre a un todo, a una sustancia única llamada Naturaleza o Dios; el sueño de la perfección del alma humana, la idealización de la Grecia Antigua, la idealización del Amor representado a través de un nombre platónico: Diótima, el placer de contemplar la Belleza en su concepto sagrado, la aplicación de su propia máxima: “Cercano está el Dios, pero difícil es captarlo; y donde crece el peligro crece también lo que nos salva”…
Esta novela epistolar, escrita a finales del siglo XVIII, se encuentra inmersa en el idealismo alemán y en los rayos del primer Romanticismo. En ese idealismo alemán se admiraba a la Grecia Antigua, hasta el punto de que los alemanes llegaron a sentirla como su propia seña de identidad. De ese país se enamoraron sin haberlo visto nunca; e incluso no se atrevían a viajar y conocerlo por el temor infundado de que se llevaran una decepción y se rompiera el sueño. Todo este amor por Grecia se debió a la influencia que ejerció Winckelmann, como nos cuenta Rosa Sala Rose en su gran ensayo El misterioso caso alemán: En general, todo parece apuntar a que el sueño helénico de Winckelmann, con sus griegos libres y bellos, fue en gran medida un extraordinario ejercicio de sublimación erótica, del que, a través de un efecto extraño de simpatía colectiva inconsciente, cayó víctima una Alemania que, con su sentido protestante de deber y su negligencia pietista del cuerpo, resultaba especialmente proclive a este tipo de seducción.
La novela se configura a través de una sucesión de cartas que el griego Hiperión dirige a un amigo alemán (sin voz en la novela), llamado Belarmino. Comienza la novela epistolar con el regreso de Hiperión a su Grecia natal con una mezcla de alegría y dolor, pero encontrando consuelo en la unión con la naturaleza a través del “todo-uno” del idealismo alemán, por el cual el propio ente se funde con la belleza de la naturaleza, observándose en ejemplos tales como: ¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo. Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad.
Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el cielo del hombre.
Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegrías, ésta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.
Otro tema importante en esta primera parte de su obra es el recuerdo de su infancia, la evocación de ese pasado de libertad y de calma, que fue uno de los motivos por los cuales había vuelto a Grecia, al país donde se encuentra el escenario de sus juegos de niñez y del que regresa al comienzo de la novela, como se ha dicho antes:
¡Calma de la infancia, calma divina! ¡Cuántas veces te contemplo en silencio, amorosamente, y quisiera alcanzarte con el pensamiento! Pero sólo conservamos nociones de lo que, habiendo sido malo, se acabó transformando en bueno; de la infancia y de la inocencia no tenemos nociones.
Cuando yo era un niño callado y no sabía nada de todo lo que nos rodea, ¿no era entonces más que ahora, tras todas las fatigas del corazón y todos sus esfuerzos y afanes?
Sí, el niño es un ser divino hasta que no se disfraza con los colores de camaleón del adulto.
Es totalmente lo que es, y por ello es tan hermoso.
La coerción de la ley y del destino no le andan manoseando; en el niño sólo hay libertad.
En él hay paz; aún no se ha destrozado consigo mismo. Hay en él riqueza; no conoce su corazón la mezquindad de la vida. Es inmortal, pues nada sabe de la muerte.
Pero los hombres no pueden soportar esto. Lo divino tiene que volverse como uno de ellos, tiene que notar que ellos también están ahí, y antes de que la naturaleza lo expulse de su paraíso, los hombres lo arrancan de él y lo arrojan al campo de la maldición, para que se gaste trabajando con el sudor de su frente