viernes, 13 de marzo de 2015

Romeo y Julieta en la aldea


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Durante el siglo XIII, en Toscana il Novellino, un compendio de hermosas novelas cortas  ofrecía al burgués los modelos de comportamiento y de educación distinguida. Era una recopilación de procedencia diversa escrita en toscano y conocida como El Novelino.
En el siglo XV, el poeta y narrador Masuccio Salernitano escribe Il Novellino, un conjunto de cincuenta novelle o historias cortas, de contenido satírico. De sus cincuenta historias cortas, la trigésimo tercera trata sobre Mariotto y Giannozza.
En el siglo XVI, Luigi da Porto adapta esta trigésimo tercera historia y transforma los nombres en Giulietta y Romeo, trasladando el ambiente a la ciudad de Verona. Sin embargo, es más conocida la versión que en el mismo siglo hace Mateo Bandello, traducida al inglés en 1562 por Arthur Brooke con el título: Trágica historia de Romeo y Julieta, y en 1566 por William Painter con el título: El palacio del placer. En ambas fuentes bebió William Shakespeare para su Romeo y Julieta.
En el siglo XIX, el suizo Gottfried Keller publica su obra maestra “La gente de Seldwyla”, formada por un conjunto de diez novelas cortas. Una de ellas se titula Romeo y Julieta en la aldea. Es fácil vaticinar, por tanto, que la obra contendrá una historia trágica de amor como en Shakespeare.
Actualizando el novellino italiano, el escritor suizo nos traza de forma didáctica y satírica la tragedia de una sociedad burguesa que hace víctimas a sus hijos. El egoísmo, la codicia y la cabezonería son los patrones que rigen la sociedad. Los jóvenes luchan exasperadamente para hacer florecer el amor, pero su semilla es infecunda en una tierra hostil y oscura.
Keller se inspira para su historia en una noticia aparecida en 1847 en el periódico Züricher Freitagszeitung. En ella se cuenta que fueron encontrados los cadáveres de dos jóvenes con disparos en las cabezas tras una noche de baile en un pueblo cercano a Leipzig. Sobre ello nos avisa el propio autor antes de entrar en la historia:
El relatar esta historia no pasaría de constituir una ociosa imitación si dicho relato no fuese el de un sucedido real y al mismo tiempo una demostración de lo hondamente arraigadas que están en la vida humana todas aquellas fábulas que han servido de trama y fundamento a las grandes obras clásicas.
El propio comienzo de la historia nos revela la metáfora y la antítesis de la vida y la muerte y el amor y el egoísmo, dejando entrever ese destino trágico:
Junto al bello río que corre a una media hora de Seldwyla se levanta una extensa y bien cultivada elevación de terreno, que desciende luego hasta perderse en la fértil llanura.
La característica aspereza de los mayores se detalla en la descripción de los dos labradores que trabajan la tierra:
Los dos campesinos que en las hazas laterales caminaban cada cual tras de su arado eran altos y huesudos; parecían tener unos cuarenta años, y su aspecto denunciaba al labrador acomodado. Vestían fuertes pantalones de cutí, que les llegaban hasta la rodilla y cuyos pliegues tenían y conservaban cada uno su lugar fijo e invariable, como si estuvieran tallados en piedra. [...] Desde alguna distancia, las figuras de ambos labradores parecían exactamente iguales y representaban el primitivo carácter de aquellos parajes.
Los hijos de los labradores son Sali y Vrenchen, que protagonizarán más adelante su historia trágica de amor. Ambos se conocen desde niños. Tienen siete y cinco años respectivamente y son descritos como sanos y alegres:
Había ya transcurrido la mayor parte de la mañana, cuando se vio acercarse desde el vecino pueblo un pequeño y cuidado cochecillo que apenas podía divisarse al empezar a subir la suave pendiente de la colina. Era un carrito infantil, pintado de verde, en el que los respectivos hijos de ambos labradores, un muchacho y una niñita, traían juntos un tentempié para sus padres, antes del almuerzo. [...]
Eran éstos un chico de siete años y una niña de cinco, los dos sanos y alegres, y sin nada más de particular en sus personas que el tener ambos muy bonitos ojos, y la niña, además, una preciosa tez morena y pelo muy rizado y obscuro, todo lo cual le daba un aspecto resuelto y ardiente.
El contraste entre la tierra y los jóvenes se va haciendo cada vez más latente a medida que pasa el tiempo y van creciendo:
Pasaron los años, vino una cosecha tras otra, y nuestros pequeños héroes estaban cada vez más crecidos y bellos, al revés de la abandonada tierra, que cada vez disminuía más entre las de los dos labradores [...] y los matorrales habían crecido tanto, que los niños, no obstante haber  aumentado también en estatura, no se podían ver cuando paseaban cada uno por la tierra de su padre, pues ya no correteaban juntos por el campo, dado que Salomón o Sali, como se le llamaba familiarmente, que había llegado ya a los diez años, se había agregado a la pandilla de muchachos mayores y casi hombres, mientras que la morena Vrenchen, a pesar de ser una fogosa muchachita, tenía que conservarse bajo la guarda de su propio sexo para no merecer que las demás le aplicasen el dictado de marimacho. Sin embargo, llegada la recolección, cuando todo el mundo estaba en los campos, encontraban la oportunidad de escalar el montón de piedras que separaba las propiedades de sus padres, y llegados a la cumbre, se empujaban recíprocamente para ver quién hacía caer al otro. Ya que no se trataban casi nunca, conservaban cuidadosamente esta anual ceremonia, que tenía siempre lugar en el mismo sitio, pues allí era donde únicamente se hallaban vecinas las tierras de sus padres.
En una subasta para obtener una parcela sin dueño, el labrador Manz (padre de Sali), se hace con ella frente a Marti (padre de Vrenchen).  Debido al egoísmo de ambos, se pelean y comienzan a distanciarse por un trozo de terreno, mientras que al mismo tiempo se evidencian más notoriamente las primeras señales de amor entre Sali y Vrenchen:
Sali, en cuanto se veía separado de Vrenchen, buscaba y encontraba el medio de ponerse nuevamente a su lado. Ella, por su parte, procuraba hallarse también junto a él, mirándole sonriente, y ambas criaturas gozaban, pensando que aquel alegre día no podía ni debía acabar jamás. 

Con el paso del tiempo, la enemistad entre ambos labradores se va acrecentando y afecta a la esperanza futura de amor de los jóvenes protagonistas. Ambas familias vecinas están distanciadas, como ocurría en la obra de Shakespeare:
Bajo estas circunstancias no podía ser peor la situación de los vástagos de ambos matrimonios, que ni podían abrigar ninguna esperanza consoladora en el porvenir ni gozar de una tranquila y alegre juventud, rodeados como estaban de luchas, penas y cuidados. La suerte de Vrenchen era aún peor que la de Sali, pues, muerta su madre, se hallaba sola en su desierta casa y entregada a la tiranía de un padre iracundo. Al llegar a los diez y seis años era ya Vrenchen una esbelta muchacha llena de encantos; sus obscuros cabellos caían en suaves rizos sobre su frente y llegaban casi hasta sus brillantes ojos negros; roja sangre coloreaba las redondas mejillas de su moreno rostro y resplandecía luego como profunda púrpura en sus frescos labios, de tal manera rojos, que daban a toda la cara de la muchacha una personalísima expresión. Una fogosa alegría de vivir palpitaba en cada una de sus fibras, haciéndola reír y jugar en cuanto el tiempo se mostraba algo propicio a ello, por poco que fuere, esto es, cuando su padre no la había atormentado mucho [...] pues además de tener que llevar sobre sí las penas y la creciente miseria de su hogar, tenía que guardarse a sí misma y tratar de vestirse y componerse lo más decente y limpiamente posible, sin que el padre quisiera proporcionarle medio ninguno para ello. [...]
No era tan dura la situación de Sali. Con el transcurso de los años se había convertido en un fuerte y esbelto muchacho que sabía defenderse y cuyo aspecto exterior hacía imposible pensar que consintiera que nadie le maltratase. También él se daba cuenta de la mala posición de su familia, y vagamente recordaba que no siempre había sido así.
La situación económica de los labradores es cada vez más precaria, y ambos se reprochan su propia ruindad. El odio entre ellos crece hasta el punto de llegar a las manos. En esa escena tan desagradable, es donde el amor de los jóvenes vuelve a manifestarse. Se ven tan poco que tienen que conformarse con el recuerdo:
Después de administrarse algunos golpes, se agarraron fuertemente, luchando silenciosos y anhelantes para ver quién conseguía arrojar al otro al agua por encima de la crujiente barandilla. En este punto llegaron sus respectivos hijos y vieron el abyecto espectáculo. Sali se puso de un salto junto a su padre para auxiliarle, ayudándole a dominar al odiado enemigo, el cual ya antes de su llegada parecía flaquear y estar a punto de ser vencido. Pero también acudió Vrenchen, que arrojando al suelo, con un grito de espanto, todos los trebejos de que iba cargada, se abrazó a su padre para protegerle, con lo cual solo logró estorbarle e impedir sus movimientos. Con lágrimas en los ojos miró suplicante a Sali, que en aquel momento se disponía a completar la victoria de su padre arrojándose también sobre el de Vrenchen; pero ante aquella mirada, quizá involuntariamente, cambio de intención, y sujetando a su padre, procuró calmarle y separarle de su contrincante. [...]Los dos viejos locos respiraron con fuerza y comenzaron de nuevo a insultarse a gritos, mientras se alejaban uno de otro. En cambio, sus hijos apenas podían respirar y guardaban un mortal silencio. Mas al separarse, sin que los viejos los vieran, se estrecharon con rapidez las manos, frías y húmedas del agua y de los peces. [...]
Sali, perdido en felices imaginaciones, no veía ni observaba nada. Sin darse cuenta de la lluvia ni de la tormenta, e indiferente a la obscuridad y a su situación miserable, todo, dentro y fuera de él, le parecía fácil, luminoso y lleno de calor. Se sentía tan rico e ilustre como un príncipe. Tenía de continuo ante sus ojos la rápida sonrisa que había brotado en el bello rostro estando tan cercano al suyo, y correspondía a ella ahora sonriendo a la amada figura de la muchacha, que se le aparecía en la obscuridad entre la lluvia, pensando que su sonrisa tenía que llegar hasta Vrenchen y adentrarse en ella, penetrando hasta su alma.
Ante esta situación, Sali no aguanta más y decide ir al día siguiente en busca de Vrenchen:
Sali, sin apartar la vista de la muchacha, permaneció inmóvil en su sitio. Por fin miró ella casualmente hacia el lugar en el que él se hallaba. Sus miradas se encontraron, y por unos minutos permanecieron fijas una en otra, como si ambos contemplasen una aparición ilusoria, hasta que Sali echó a andar lentamente hacia Vrenchen, atravesando la calle y el jardín de la casa. Al aproximarse a Vrenchen, le tendió ésta las manos, exclamando:
-          ¡Sali!
Él cogió aquellas manecitas sin apartar  sus ojos de los de ella, que se llenaron de lágrimas. Enrojeciendo bajo la mirada de Sali, dijo la muchacha:
-          ¿Qué vienes a hacer aquí?
-          Nada más que verte-respondió él-. ¿No quieres que volvamos a ser buenos amigos?
-          ¿Y nuestros padres?- preguntó ella, inclinando hacia tierra su llorosa cara, ya que no podía cubrírsela con las manos, que Sali retenía aún entre las suyas.
-          ¿Qué culpa tenemos nosotros de lo que han hecho ellos?-replicó Sali-. Quizá todo se arregle uniéndonos nosotros fuertemente y queriéndonos mucho.
-          Lo pasado no tiene ya arreglo posible-suspiró Vrenchen-. Sigue tu camino.
-          ¿Estás sola?- preguntó el muchacho-. ¿No puedo entrar un momento en tu casa?
-          Padre fue a la ciudad, y según me dijo, a tratar de jugarle una mala partida al tuyo. Pero no debes entrar en casa; ahora no hay quien nos vea, mas quizá luego te viera alguien al salir. Te ruego que te vayas ahora que no hay nadie en el camino.
-          No puedo irme así. Desde ayer no he podido dejar de pensar en ti un solo momento. Tenemos que hablar por lo menos media hora. Estoy seguro que ello nos hará bien a los dos.
 

 
Cuando los jóvenes salen a pasear se encuentran con el violinista negro, el verdadero propietario del terreno que se disputaron sus padres. Su descripción es tan ominosa como la sociedad:
Mas cuando en uno de sus paseos alzaron los ojos de las azulinas en cuya contemplación se habían absorbido, vieron que delante de ellos marchaba una obscura estrella, un hombrecillo vestido de negro, que había surgido de pronto sin que ellos supieran por dónde. Probablemente había estado hasta aquel momento oculto entre los trigos. Vrenchen se estremeció y Sali exclamó asustado: “! El violinista negro!”. El hombrecillo llevaba, en efecto, bajo el brazo un violín con su arco correspondiente, y su aspecto general era casi negro en absoluto. Vestía un casacón de color de hollín y se tocaba con un negro sombrerete de fieltro. Negros como la pez eran sus cabellos y su descuidada y larga barba, y hasta su cara y sus manos estaban ennegrecidas por la clase de trabajos a que se dedicaba, consistentes, a más del arreglo y limpieza de calderos, en ayudar a los carboneros del bosque.
Con esa descripción tan precisa es fácil adivinar que su interior está también en sintonía con su exterior:
¡Os conozco: sois los hijos de aquellos que me han robado este suelo que piso y que era mío! Mas, para mi alegría, ello os ha traído la desgracia. Aun he de veros seguir, antes de que me llegue a mí el turno, el camino prescrito a toda carne perecedera. ¡Miradme bien, estúpidos! ¿Os gusta mi nariz? [...]
¡Miradme bien!-continuó-. Vuestros padres saben perfectamente quién soy, y todos los del pueblo lo saben también con solo mirar mi nariz. Hace años anunciaron que el dinero producto de la venta de esta tierra estaba a disposición de los herederos del que fue su dueño. Veinte veces me he presentado a reclamarlo. Pero me faltaba la partida de bautismo, me faltaba el certificado de mi nacimiento, y mis amigos, los vagabundos sin patria que lo habían presenciado, no podían servirme de testigos. Así ha transcurrido el plazo, mi derecho ha prescrito y yo me he quedado sin el dinero, que podía haber empleado en emigrar a países más hospitalarios. Rogué a vuestros padres que atestiguaran mi derecho. En su conciencia sabían que era yo el heredero de esta tierra, pero me arrojaron de sus casas. ¡Y ahora ellos también van camino del infierno! Así es el mundo, y yo no he de guardaros rencor por ello. ¡Si queréis, tocaré el violín para haceros bailar!
Más tarde, un motivo trivial sirve para disipar aquella sombra ceñida sobre los jóvenes amantes. Ambos recuerdan su hilarante nariz; y con la alegría del momento vuelve la luz y se confiesan su amor:
En esto se acordó Vrenchen de repente de la extraña figura del violinista y de su monstruosa nariz, y echándose a reír sin poderlo remediar, exclamó:
¡El pobre hombre es ridículo de veras! ¡Vaya una nariz!
Y una graciosa alegría llena de luz volvió a aparecer en su rostro, como si el apéndice nasal del hombrecillo hubiese hecho huir ante ella las negras nubes que hacía un instante la ensombrecían. [...]
¡Oh, Vrenchen!-exclamó Sali, mirándola rendida y amorosamente a los ojos-. Nunca, como si supiese que llegaría a quererte un día, he reparado en ninguna otra mujer. Sin quererlo yo ni darme cuenta de ello, te he llevado siempre dentro de mí.
También yo a ti- replicó Vrenchen-. Y tanto más cuanto que tú ni siquiera sabías cómo había llegado yo a ser con los años, pues nunca me miraste, y yo en cambio te miraba siempre desde lejos, y algunas veces, a escondidas, muy de cerca. Así supe siempre cómo eras.  ¿Te acuerdas cuántas veces vinimos de niños a este mismo sitio? ¿Y de nuestro cochecito? ¡Qué pequeños éramos entonces y cuánto tiempo hace! Se diría que somos ya viejos.
Una de las pinceladas románticas de Gottfried Keller es la consonancia de la naturaleza con el estado de los jóvenes. Ambos contemplan el cielo azul, al que están unidos por su amor incondicional y por la necesidad de expandir sus sueños, su felicidad y sus esperanzas:
Sin dejar huella de su paso, entraron por medio del trigal y se sentaron, como en un estrecho calabozo, entre las doradas espigas, que, sobresaliendo por encima de sus cabezas, ocultaban a sus ojos el mundo entero, no dejándoles ver más que el profundo azul del cielo. Allí se abrazaron y besaron sin cesar hasta cansarse, si es que puede llamarse cansancio aquel momento en que en las caricias de los enamorados aparece un beso que se sobrevive a sí mismo uno o dos minutos sin ser substituido por otro, dejando adivinar en medio de la embriaguez del pleno florecimiento la inestabilidad de las cosas humanas. Sobre sus cabezas oyeron el canto de las alondras. Sus jóvenes ojos penetrantes escudriñaron el cielo para divisarlas, y cada vez que lograban ver pasar una de ellas rápidamente ante el sol como una errante estrella que encendiéndose de repente surcase el celeste azul, se besaban en premio, tratando de aventajarse y engañarse mutuamente en el número de alondras que lograban ver.
Pero como la felicidad no es eterna, el padre de Vrenchen los encuentra juntos y monta en cólera:
Y ambos salieron del trigal cogidos de la mano, hallándose de repente ante el padre de la muchacha, que estaba acechándolos. Con la penetración que da la ociosidad miserable, había Marti comenzado a reflexionar, al cruzarse con Sali en el camino, qué es lo que le llevaría hacia el pueblo, y continuando su marcha hacia la ciudad recordó los sucesos de la víspera. [...]
Marti, pálido como un muerto, los miró lleno de ira y comenzó a gesticular y blasfemar como un poseído. Luego se lanzó contra el muchacho para ahogarle entre sus brazos. Sali, lleno de pavor ante aquel loco, esquivó su acometida y huyó algunos pasos; mas volvió a acercarse al ver que el viejo labrador cogía a su hija y, dándole una bofetada que hizo volar la corona de amapolas, la agarraba por los cabellos para arrastrarla tras de sí y seguir maltratándola. Sin reflexionar, lleno de angustia y de ira al ver a Vrenchen así atropellada, alzó del suelo una piedra y la lanzó contra la cabeza del anciano.
Seis semanas estuvo la hija cuidando de su padre hasta que salió completamente del estado de inconsciencia en el que estaba sumido, dejándolo poseído por la locura. Ante la penosa situación económica, Vrenchen se ve obligada a trasladar a su padre a un establecimiento para que cuidasen de él.  Mientras tanto, el padre de Sali se hizo con una clientela de maleantes que se dedicaban a ocultar y vender objetos robados. Es el grupo que llena la taberna mientras que su madre, avariciosa, ayuda a los negocios.
Los dos jóvenes se visten todo lo bien que pueden y van al “Jardín del Paraíso” a bailar. Es la última entrada a la felicidad antes de ser despojados del edén. La imposible unión de los amantes es explicada por el narrador omnisciente:
Sali abrazó a la muchacha y la apretó contra su pecho, cubriéndola de besos, mientras sus confusos pensamientos buscaban una solución, sin hallar ninguna. Aunque hubieran podido vencer su miseria y la enemistad de sus ascendientes, no eran su extrema juventud y su inexperto amor condiciones favorables para hacer soportar a sus deseos una larga espera, hasta que llegasen tiempos mejores, y aunque esto les hubiese sido posible, quedaba siempre el padre de Vrenchen, de cuya perpetua desgracia era Sali el causante. El propósito de no unirse y pertenecerse sino legal y honradamente era en Sali tan vivo como en Vrenchen, y constituía en ambos el último resto del honor que en tiempos anteriores había lucido en sus casas hasta ser pisoteado por sus padres, que, poseídos de una común equivocación, creyeron aumentarlo al aumentar sus riquezas apropiándose los bienes de un mísero vagabundo. [...]
Sali y Vrenchen habían visto durante sus tiernos años infantiles cómo el aun no empañado honor de sus casas no solo mantenía tranquilo el honor de sus padres, sino que coincidía con su bienestar material. Luego, al volverse a encontrar después de muchos años, vieron uno en otro cómo la pérdida del honor y de la consideración pública los había sumido en la mayor desdicha, y cuando el amor arraigó en sus corazones, ardieron en deseos de pertenecerse; pero la dura lección recibida les hacía rechazar toda unión que no satisficiera plenamente a su conciencia. Lo irrealizable que era para ellos el fundar un honrado hogar los atormentaba dolorasamente, mientras su sangre juvenil reclamaba la inmediata satisfacción de sus hirvientes ansias amorosas.
Los amantes sienten que la única vía de escape posible ante la tragedia y la culpa heredada es la muerte, y así se lo comunican:
-Hay una solución para nosotros, amor mío. Nos desposaremos en esta noche y abandonaremos luego el mundo de los vivos. Allá abajo corren las profundas aguas del río; en ellas no podrá nadie ya separarnos y habremos estado antes unidos sobre la tierra. Lo de menos es el tiempo que haya durado nuestra unión.
Vrenchen respondió en el acto:
-Hace ya mucho que tenía yo pensado eso que ahora me propones. Muriendo, borraremos nuestra culpa. Júrame que no te arrepentirás después de haberme hecho tuya.
-¡Jurado está! Nadie te separará ya de mí sino la muerte-exclamó Sali, fuera de sí.
Ante el símbolo de la vida, los amantes se hunden fundidos en un abrazo eterno que les sumerge para siempre en la muerte, pero a ésta le sobrevive su amor constante:
El río corría tan pronto a través de altos y obscuros bosques como por campo abierto; pasaba junto a silenciosas aldeas y aisladas chozas y fluía manso y silencioso, semejando un lago, en el que casi se detenía la barcaza, o se apresuraba con espumante rumor entre elevadas rocas, dejando rápido tras de sí las dormidas orillas. Cuando comenzó a amanecer surgió ante él una gran ciudad envuelta en la blanquecina luz del alba. La luna, en su ocaso y roja como el oro, trazaba a través del río un ancho camino purpúreo, que la barcaza cruzó con lentitud. Cerca ya de la ciudad, y en el frío ambiente de la mañana otoñal, resbalaron desde lo alto de la barcaza dos pálidas figuras que, fuertemente abrazadas, se sumergían en las heladas ondas.
Poco tiempo después tropezaba la barcaza con un puente, permaneciendo indemne, apoyada en uno de los estribos. Cuando más tarde fueron encontrados río abajo los dos cadáveres y se supo su procedencia, pudo leerse en los periódicos cómo dos jóvenes, hijos de familias miserablemente arruinadas y que se profesaban odio implacable, habían buscado la muerte en las aguas, después de haber estado bailando y divirtiéndose toda una tarde en una fiesta aldeana. Esta historia podía relacionarse con la llegada a la ciudad de una barcaza de la comarca de los ahogados sin nadie que la tripulase, suponiéndose que los jóvenes se habían apoderado de ella para celebrar allí su desesperada boda, abandonada de Dios, siendo el tal suceso un signo de la inmoralidad y violencia de las pasiones en los desdichados tiempos que corrían.


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