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Durante
el siglo XIII, en Toscana il Novellino, un compendio de hermosas novelas cortas
ofrecía al burgués los modelos de
comportamiento y de educación distinguida. Era una recopilación de procedencia
diversa escrita en toscano y conocida como El
Novelino.
En el
siglo XV, el poeta y narrador Masuccio Salernitano escribe Il Novellino, un conjunto de cincuenta novelle o historias cortas,
de contenido satírico. De sus cincuenta historias cortas, la trigésimo tercera
trata sobre Mariotto y Giannozza.
En el siglo XVI, Luigi da Porto adapta esta trigésimo
tercera historia y transforma los nombres en Giulietta y Romeo, trasladando el
ambiente a la ciudad de Verona. Sin embargo, es más conocida la versión que en
el mismo siglo hace Mateo Bandello, traducida al inglés en 1562 por Arthur
Brooke con el título: Trágica historia de
Romeo y Julieta, y en 1566 por William Painter con el título: El palacio del placer. En ambas fuentes
bebió William Shakespeare para su Romeo y
Julieta.
En el siglo XIX, el suizo Gottfried Keller publica su obra
maestra “La gente de Seldwyla”, formada
por un conjunto de diez novelas cortas.
Una de ellas se titula Romeo y Julieta en
la aldea. Es fácil vaticinar, por tanto, que la obra contendrá una historia
trágica de amor como en Shakespeare.
Actualizando el novellino
italiano, el escritor suizo nos traza de forma didáctica y satírica la tragedia
de una sociedad burguesa que hace víctimas a sus hijos. El egoísmo, la codicia
y la cabezonería son los patrones que rigen la sociedad. Los jóvenes luchan
exasperadamente para hacer florecer el amor, pero su semilla es infecunda en
una tierra hostil y oscura.
Keller se inspira para su historia en una noticia aparecida
en 1847 en el periódico Züricher
Freitagszeitung. En ella se cuenta que fueron encontrados los cadáveres de
dos jóvenes con disparos en las cabezas tras una noche de baile en un pueblo
cercano a Leipzig. Sobre ello nos avisa el propio autor antes de entrar en la
historia:
El relatar esta
historia no pasaría de constituir una ociosa imitación si dicho relato no fuese
el de un sucedido real y al mismo tiempo una demostración de lo hondamente
arraigadas que están en la vida humana todas aquellas fábulas que han servido
de trama y fundamento a las grandes obras clásicas.
El propio comienzo de la historia nos revela la metáfora y
la antítesis de la vida y la muerte y el amor y el egoísmo, dejando entrever
ese destino trágico:
Junto al bello río que
corre a una media hora de Seldwyla se levanta una extensa y bien cultivada
elevación de terreno, que desciende luego hasta perderse en la fértil llanura.
La característica aspereza de los mayores se detalla en la
descripción de los dos labradores que trabajan la tierra:
Los dos campesinos que
en las hazas laterales caminaban cada cual tras de su arado eran altos y
huesudos; parecían tener unos cuarenta años, y su aspecto denunciaba al
labrador acomodado. Vestían fuertes pantalones de cutí, que les llegaban hasta
la rodilla y cuyos pliegues tenían y conservaban cada uno su lugar fijo e invariable,
como si estuvieran tallados en piedra. [...] Desde alguna
distancia, las figuras de ambos labradores parecían exactamente iguales y
representaban el primitivo carácter de aquellos parajes.
Los hijos de los labradores son Sali y
Vrenchen, que protagonizarán más adelante su historia trágica de amor. Ambos se
conocen desde niños. Tienen siete y cinco años respectivamente y son descritos
como sanos y alegres:
Había
ya transcurrido la mayor parte de la mañana, cuando se vio acercarse desde el
vecino pueblo un pequeño y cuidado cochecillo que apenas podía divisarse al
empezar a subir la suave pendiente de la colina. Era un carrito infantil,
pintado de verde, en el que los respectivos hijos de ambos labradores, un
muchacho y una niñita, traían juntos un tentempié para sus padres, antes del
almuerzo. [...]
Eran
éstos un chico de siete años y una niña de cinco, los dos sanos y alegres, y
sin nada más de particular en sus personas que el tener ambos muy bonitos ojos,
y la niña, además, una preciosa tez morena y pelo muy rizado y obscuro, todo lo
cual le daba un aspecto resuelto y ardiente.
El contraste entre la tierra y los jóvenes se
va haciendo cada vez más latente a medida que pasa el tiempo y van creciendo:
Pasaron
los años, vino una cosecha tras otra, y nuestros pequeños héroes estaban cada
vez más crecidos y bellos, al revés de la abandonada tierra, que cada vez
disminuía más entre las de los dos labradores [...] y los matorrales habían
crecido tanto, que los niños, no obstante haber
aumentado también en estatura, no se podían ver cuando paseaban cada uno
por la tierra de su padre, pues ya no correteaban juntos por el campo, dado que
Salomón o Sali, como se le llamaba familiarmente, que había llegado ya a los
diez años, se había agregado a la pandilla de muchachos mayores y casi hombres,
mientras que la morena Vrenchen, a pesar de ser una fogosa muchachita, tenía
que conservarse bajo la guarda de su propio sexo para no merecer que las demás
le aplicasen el dictado de marimacho. Sin embargo, llegada la recolección,
cuando todo el mundo estaba en los campos, encontraban la oportunidad de
escalar el montón de piedras que separaba las propiedades de sus padres, y
llegados a la cumbre, se empujaban recíprocamente para ver quién hacía caer al
otro. Ya que no se trataban casi nunca, conservaban cuidadosamente esta anual
ceremonia, que tenía siempre lugar en el mismo sitio, pues allí era donde
únicamente se hallaban vecinas las tierras de sus padres.
En una subasta para obtener una parcela sin
dueño, el labrador Manz (padre de Sali), se hace con ella frente a Marti (padre
de Vrenchen). Debido al egoísmo de
ambos, se pelean y comienzan a distanciarse por un trozo de terreno, mientras
que al mismo tiempo se evidencian más notoriamente las primeras señales de amor
entre Sali y Vrenchen:
Sali,
en cuanto se veía separado de Vrenchen, buscaba y encontraba el medio de
ponerse nuevamente a su lado. Ella, por su parte, procuraba hallarse también
junto a él, mirándole sonriente, y ambas criaturas gozaban, pensando que aquel
alegre día no podía ni debía acabar jamás.
Con el paso del tiempo, la enemistad entre
ambos labradores se va acrecentando y afecta a la esperanza futura de amor de
los jóvenes protagonistas. Ambas familias vecinas están distanciadas, como
ocurría en la obra de Shakespeare:
Bajo
estas circunstancias no podía ser peor la situación de los vástagos de ambos
matrimonios, que ni podían abrigar ninguna esperanza consoladora en el porvenir
ni gozar de una tranquila y alegre juventud, rodeados como estaban de luchas,
penas y cuidados. La suerte de Vrenchen era aún peor que la de Sali, pues,
muerta su madre, se hallaba sola en su desierta casa y entregada a la tiranía
de un padre iracundo. Al llegar a los diez y seis años era ya Vrenchen una
esbelta muchacha llena de encantos; sus obscuros cabellos caían en suaves rizos
sobre su frente y llegaban casi hasta sus brillantes ojos negros; roja sangre
coloreaba las redondas mejillas de su moreno rostro y resplandecía luego como
profunda púrpura en sus frescos labios, de tal manera rojos, que daban a toda
la cara de la muchacha una personalísima expresión. Una fogosa alegría de vivir
palpitaba en cada una de sus fibras, haciéndola reír y jugar en cuanto el
tiempo se mostraba algo propicio a ello, por poco que fuere, esto es, cuando su
padre no la había atormentado mucho [...] pues además de tener que llevar sobre
sí las penas y la creciente miseria de su hogar, tenía que guardarse a sí misma
y tratar de vestirse y componerse lo más decente y limpiamente posible, sin que
el padre quisiera proporcionarle medio ninguno para ello. [...]
No era
tan dura la situación de Sali. Con el transcurso de los años se había
convertido en un fuerte y esbelto muchacho que sabía defenderse y cuyo aspecto
exterior hacía imposible pensar que consintiera que nadie le maltratase. También
él se daba cuenta de la mala posición de su familia, y vagamente recordaba que
no siempre había sido así.
La situación económica de los labradores es
cada vez más precaria, y ambos se reprochan su propia ruindad. El odio entre
ellos crece hasta el punto de llegar a las manos. En esa escena tan
desagradable, es donde el amor de los jóvenes vuelve a manifestarse. Se ven tan
poco que tienen que conformarse con el recuerdo:
Después
de administrarse algunos golpes, se agarraron fuertemente, luchando silenciosos
y anhelantes para ver quién conseguía arrojar al otro al agua por encima de la
crujiente barandilla. En este punto llegaron sus respectivos hijos y vieron el
abyecto espectáculo. Sali se puso de un salto junto a su padre para auxiliarle,
ayudándole a dominar al odiado enemigo, el cual ya antes de su llegada parecía
flaquear y estar a punto de ser vencido. Pero también acudió Vrenchen, que
arrojando al suelo, con un grito de espanto, todos los trebejos de que iba
cargada, se abrazó a su padre para protegerle, con lo cual solo logró
estorbarle e impedir sus movimientos. Con lágrimas en los ojos miró suplicante
a Sali, que en aquel momento se disponía a completar la victoria de su padre
arrojándose también sobre el de Vrenchen; pero ante aquella mirada, quizá
involuntariamente, cambio de intención, y sujetando a su padre, procuró
calmarle y separarle de su contrincante. [...]Los dos viejos locos respiraron
con fuerza y comenzaron de nuevo a insultarse a gritos, mientras se alejaban
uno de otro. En cambio, sus hijos apenas podían respirar y guardaban un mortal
silencio. Mas al separarse, sin que los viejos los vieran, se estrecharon con
rapidez las manos, frías y húmedas del agua y de los peces. [...]
Sali,
perdido en felices imaginaciones, no veía ni observaba nada. Sin darse cuenta
de la lluvia ni de la tormenta, e indiferente a la obscuridad y a su situación
miserable, todo, dentro y fuera de él, le parecía fácil, luminoso y lleno de
calor. Se sentía tan rico e ilustre como un príncipe. Tenía de continuo ante
sus ojos la rápida sonrisa que había brotado en el bello rostro estando tan
cercano al suyo, y correspondía a ella ahora sonriendo a la amada figura de la
muchacha, que se le aparecía en la obscuridad entre la lluvia, pensando que su
sonrisa tenía que llegar hasta Vrenchen y adentrarse en ella, penetrando hasta
su alma.
Ante esta situación, Sali no aguanta más y
decide ir al día siguiente en busca de Vrenchen:
Sali,
sin apartar la vista de la muchacha, permaneció inmóvil en su sitio. Por fin
miró ella casualmente hacia el lugar en el que él se hallaba. Sus miradas se
encontraron, y por unos minutos permanecieron fijas una en otra, como si ambos
contemplasen una aparición ilusoria, hasta que Sali echó a andar lentamente
hacia Vrenchen, atravesando la calle y el jardín de la casa. Al aproximarse a
Vrenchen, le tendió ésta las manos, exclamando:
-
¡Sali!
Él
cogió aquellas manecitas sin apartar sus
ojos de los de ella, que se llenaron de lágrimas. Enrojeciendo bajo la mirada
de Sali, dijo la muchacha:
-
¿Qué vienes a hacer aquí?
-
Nada más que verte-respondió él-. ¿No quieres que volvamos a ser buenos
amigos?
-
¿Y nuestros padres?- preguntó ella, inclinando hacia tierra su llorosa
cara, ya que no podía cubrírsela con las manos, que Sali retenía aún entre las
suyas.
-
¿Qué culpa tenemos nosotros de lo que han hecho ellos?-replicó Sali-.
Quizá todo se arregle uniéndonos nosotros fuertemente y queriéndonos mucho.
-
Lo pasado no tiene ya arreglo posible-suspiró Vrenchen-. Sigue tu
camino.
-
¿Estás sola?- preguntó el muchacho-. ¿No puedo entrar un momento en tu
casa?
-
Padre fue a la ciudad, y según me dijo, a tratar de jugarle una mala
partida al tuyo. Pero no debes entrar en casa; ahora no hay quien nos vea, mas
quizá luego te viera alguien al salir. Te ruego que te vayas ahora que no hay
nadie en el camino.
-
No puedo irme así. Desde ayer no he podido dejar de pensar en ti un
solo momento. Tenemos que hablar por lo menos media hora. Estoy seguro que ello
nos hará bien a los dos.
Cuando los jóvenes salen a pasear se encuentran con el violinista negro, el verdadero propietario del terreno que se disputaron sus padres. Su descripción es tan ominosa como la sociedad:
Mas cuando en uno de sus paseos alzaron los
ojos de las azulinas en cuya contemplación se habían absorbido, vieron que
delante de ellos marchaba una obscura estrella, un hombrecillo vestido de
negro, que había surgido de pronto sin que ellos supieran por dónde.
Probablemente había estado hasta aquel momento oculto entre los trigos.
Vrenchen se estremeció y Sali exclamó asustado: “! El violinista negro!”. El
hombrecillo llevaba, en efecto, bajo el brazo un violín con su arco
correspondiente, y su aspecto general era casi negro en absoluto. Vestía un
casacón de color de hollín y se tocaba con un negro sombrerete de fieltro.
Negros como la pez eran sus cabellos y su descuidada y larga barba, y hasta su
cara y sus manos estaban ennegrecidas por la clase de trabajos a que se
dedicaba, consistentes, a más del arreglo y limpieza de calderos, en ayudar a
los carboneros del bosque.
Con esa
descripción tan precisa es fácil adivinar que su interior está también en
sintonía con su exterior:
¡Os conozco: sois los hijos de aquellos que
me han robado este suelo que piso y que era mío! Mas, para mi alegría, ello os
ha traído la desgracia. Aun he de veros seguir, antes de que me llegue a mí el
turno, el camino prescrito a toda carne perecedera. ¡Miradme bien, estúpidos!
¿Os gusta mi nariz? [...]
¡Miradme
bien!-continuó-. Vuestros padres saben perfectamente quién soy, y todos los del
pueblo lo saben también con solo mirar mi nariz. Hace años anunciaron que el
dinero producto de la venta de esta tierra estaba a disposición de los
herederos del que fue su dueño. Veinte veces me he presentado a reclamarlo.
Pero me faltaba la partida de bautismo, me faltaba el certificado de mi
nacimiento, y mis amigos, los vagabundos sin patria que lo habían presenciado,
no podían servirme de testigos. Así ha transcurrido el plazo, mi derecho ha
prescrito y yo me he quedado sin el dinero, que podía haber empleado en emigrar
a países más hospitalarios. Rogué a vuestros padres que atestiguaran mi
derecho. En su conciencia sabían que era yo el heredero de esta tierra, pero me
arrojaron de sus casas. ¡Y ahora ellos también van camino del infierno! Así es
el mundo, y yo no he de guardaros rencor por ello. ¡Si queréis, tocaré el
violín para haceros bailar!
Más tarde, un motivo trivial sirve para
disipar aquella sombra ceñida sobre los jóvenes amantes. Ambos recuerdan su
hilarante nariz; y con la alegría del momento vuelve la luz y se confiesan su
amor:
En esto
se acordó Vrenchen de repente de la extraña figura del violinista y de su
monstruosa nariz, y echándose a reír sin poderlo remediar, exclamó:
¡El
pobre hombre es ridículo de veras! ¡Vaya una nariz!
Y una
graciosa alegría llena de luz volvió a aparecer en su rostro, como si el
apéndice nasal del hombrecillo hubiese hecho huir ante ella las negras nubes
que hacía un instante la ensombrecían. [...]
¡Oh,
Vrenchen!-exclamó Sali, mirándola rendida y amorosamente a los ojos-. Nunca,
como si supiese que llegaría a quererte un día, he reparado en ninguna otra
mujer. Sin quererlo yo ni darme cuenta de ello, te he llevado siempre dentro de
mí.
También
yo a ti- replicó Vrenchen-. Y tanto más cuanto que tú ni siquiera sabías cómo
había llegado yo a ser con los años, pues nunca me miraste, y yo en cambio te
miraba siempre desde lejos, y algunas veces, a escondidas, muy de cerca. Así
supe siempre cómo eras. ¿Te acuerdas
cuántas veces vinimos de niños a este mismo sitio? ¿Y de nuestro cochecito?
¡Qué pequeños éramos entonces y cuánto tiempo hace! Se diría que somos ya
viejos.
Una de las pinceladas románticas de Gottfried
Keller es la consonancia de la naturaleza con el estado de los jóvenes. Ambos
contemplan el cielo azul, al que están unidos por su amor incondicional y por
la necesidad de expandir sus sueños, su felicidad y sus esperanzas:
Sin
dejar huella de su paso, entraron por medio del trigal y se sentaron, como en
un estrecho calabozo, entre las doradas espigas, que, sobresaliendo por encima
de sus cabezas, ocultaban a sus ojos el mundo entero, no dejándoles ver más que
el profundo azul del cielo. Allí se abrazaron y besaron sin cesar hasta
cansarse, si es que puede llamarse cansancio aquel momento en que en las
caricias de los enamorados aparece un beso que se sobrevive a sí mismo uno o
dos minutos sin ser substituido por otro, dejando adivinar en medio de la
embriaguez del pleno florecimiento la inestabilidad de las cosas humanas. Sobre
sus cabezas oyeron el canto de las alondras. Sus jóvenes ojos penetrantes
escudriñaron el cielo para divisarlas, y cada vez que lograban ver pasar una de
ellas rápidamente ante el sol como una errante estrella que encendiéndose de
repente surcase el celeste azul, se besaban en premio, tratando de aventajarse
y engañarse mutuamente en el número de alondras que lograban ver.
Pero como la felicidad no es eterna, el padre
de Vrenchen los encuentra juntos y monta en cólera:
Y ambos
salieron del trigal cogidos de la mano, hallándose de repente ante el padre de
la muchacha, que estaba acechándolos. Con la penetración que da la ociosidad
miserable, había Marti comenzado a reflexionar, al cruzarse con Sali en el
camino, qué es lo que le llevaría hacia el pueblo, y continuando su marcha
hacia la ciudad recordó los sucesos de la víspera. [...]
Marti,
pálido como un muerto, los miró lleno de ira y comenzó a gesticular y blasfemar
como un poseído. Luego se lanzó contra el muchacho para ahogarle entre sus
brazos. Sali, lleno de pavor ante aquel loco, esquivó su acometida y huyó
algunos pasos; mas volvió a acercarse al ver que el viejo labrador cogía a su
hija y, dándole una bofetada que hizo volar la corona de amapolas, la agarraba
por los cabellos para arrastrarla tras de sí y seguir maltratándola. Sin
reflexionar, lleno de angustia y de ira al ver a Vrenchen así atropellada, alzó
del suelo una piedra y la lanzó contra la cabeza del anciano.
Seis semanas estuvo la hija cuidando de su
padre hasta que salió completamente del estado de inconsciencia en el que
estaba sumido, dejándolo poseído por la locura. Ante la penosa situación
económica, Vrenchen se ve obligada a trasladar a su padre a un establecimiento
para que cuidasen de él. Mientras tanto,
el padre de Sali se hizo con una clientela de maleantes que se dedicaban a
ocultar y vender objetos robados. Es el grupo que llena la taberna mientras que
su madre, avariciosa, ayuda a los negocios.
Los dos jóvenes se visten todo lo bien que
pueden y van al “Jardín del Paraíso” a bailar. Es la última entrada a la
felicidad antes de ser despojados del edén. La imposible unión de los amantes
es explicada por el narrador omnisciente:
Sali
abrazó a la muchacha y la apretó contra su pecho, cubriéndola de besos,
mientras sus confusos pensamientos buscaban una solución, sin hallar ninguna.
Aunque hubieran podido vencer su miseria y la enemistad de sus ascendientes, no
eran su extrema juventud y su inexperto amor condiciones favorables para hacer
soportar a sus deseos una larga espera, hasta que llegasen tiempos mejores, y
aunque esto les hubiese sido posible, quedaba siempre el padre de Vrenchen, de
cuya perpetua desgracia era Sali el causante. El propósito de no unirse y
pertenecerse sino legal y honradamente era en Sali tan vivo como en Vrenchen, y
constituía en ambos el último resto del honor que en tiempos anteriores había
lucido en sus casas hasta ser pisoteado por sus padres, que, poseídos de una
común equivocación, creyeron aumentarlo al aumentar sus riquezas apropiándose
los bienes de un mísero vagabundo. [...]
Sali y
Vrenchen habían visto durante sus tiernos años infantiles cómo el aun no
empañado honor de sus casas no solo mantenía tranquilo el honor de sus padres,
sino que coincidía con su bienestar material. Luego, al volverse a encontrar después
de muchos años, vieron uno en otro cómo la pérdida del honor y de la
consideración pública los había sumido en la mayor desdicha, y cuando el amor
arraigó en sus corazones, ardieron en deseos de pertenecerse; pero la dura
lección recibida les hacía rechazar toda unión que no satisficiera plenamente a
su conciencia. Lo irrealizable que era para ellos el fundar un honrado hogar
los atormentaba dolorasamente, mientras su sangre juvenil reclamaba la
inmediata satisfacción de sus hirvientes ansias amorosas.
Los amantes sienten que la única vía de
escape posible ante la tragedia y la culpa heredada es la muerte, y así se lo
comunican:
-Hay
una solución para nosotros, amor mío. Nos desposaremos en esta noche y
abandonaremos luego el mundo de los vivos. Allá abajo corren las profundas
aguas del río; en ellas no podrá nadie ya separarnos y habremos estado antes
unidos sobre la tierra. Lo de menos es el tiempo que haya durado nuestra unión.
Vrenchen
respondió en el acto:
-Hace
ya mucho que tenía yo pensado eso que ahora me propones. Muriendo, borraremos
nuestra culpa. Júrame que no te arrepentirás después de haberme hecho tuya.
-¡Jurado
está! Nadie te separará ya de mí sino la muerte-exclamó Sali, fuera de sí.
Ante el símbolo de la vida, los amantes se
hunden fundidos en un abrazo eterno que les sumerge para siempre en la muerte,
pero a ésta le sobrevive su amor constante:
El río
corría tan pronto a través de altos y obscuros bosques como por campo abierto;
pasaba junto a silenciosas aldeas y aisladas chozas y fluía manso y silencioso,
semejando un lago, en el que casi se detenía la barcaza, o se apresuraba con
espumante rumor entre elevadas rocas, dejando rápido tras de sí las dormidas
orillas. Cuando comenzó a amanecer surgió ante él una gran ciudad envuelta en
la blanquecina luz del alba. La luna, en su ocaso y roja como el oro, trazaba a
través del río un ancho camino purpúreo, que la barcaza cruzó con lentitud.
Cerca ya de la ciudad, y en el frío ambiente de la mañana otoñal, resbalaron
desde lo alto de la barcaza dos pálidas figuras que, fuertemente abrazadas, se
sumergían en las heladas ondas.
Poco
tiempo después tropezaba la barcaza con un puente, permaneciendo indemne,
apoyada en uno de los estribos. Cuando más tarde fueron encontrados río abajo
los dos cadáveres y se supo su procedencia, pudo leerse en los periódicos cómo
dos jóvenes, hijos de familias miserablemente arruinadas y que se profesaban
odio implacable, habían buscado la muerte en las aguas, después de haber estado
bailando y divirtiéndose toda una tarde en una fiesta aldeana. Esta historia
podía relacionarse con la llegada a la ciudad de una barcaza de la comarca de
los ahogados sin nadie que la tripulase, suponiéndose que los jóvenes se habían
apoderado de ella para celebrar allí su desesperada boda, abandonada de Dios,
siendo el tal suceso un signo de la inmoralidad y violencia de las pasiones en
los desdichados tiempos que corrían.
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