viernes, 13 de marzo de 2015

Romeo y Julieta en la aldea


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Durante el siglo XIII, en Toscana il Novellino, un compendio de hermosas novelas cortas  ofrecía al burgués los modelos de comportamiento y de educación distinguida. Era una recopilación de procedencia diversa escrita en toscano y conocida como El Novelino.
En el siglo XV, el poeta y narrador Masuccio Salernitano escribe Il Novellino, un conjunto de cincuenta novelle o historias cortas, de contenido satírico. De sus cincuenta historias cortas, la trigésimo tercera trata sobre Mariotto y Giannozza.
En el siglo XVI, Luigi da Porto adapta esta trigésimo tercera historia y transforma los nombres en Giulietta y Romeo, trasladando el ambiente a la ciudad de Verona. Sin embargo, es más conocida la versión que en el mismo siglo hace Mateo Bandello, traducida al inglés en 1562 por Arthur Brooke con el título: Trágica historia de Romeo y Julieta, y en 1566 por William Painter con el título: El palacio del placer. En ambas fuentes bebió William Shakespeare para su Romeo y Julieta.
En el siglo XIX, el suizo Gottfried Keller publica su obra maestra “La gente de Seldwyla”, formada por un conjunto de diez novelas cortas. Una de ellas se titula Romeo y Julieta en la aldea. Es fácil vaticinar, por tanto, que la obra contendrá una historia trágica de amor como en Shakespeare.
Actualizando el novellino italiano, el escritor suizo nos traza de forma didáctica y satírica la tragedia de una sociedad burguesa que hace víctimas a sus hijos. El egoísmo, la codicia y la cabezonería son los patrones que rigen la sociedad. Los jóvenes luchan exasperadamente para hacer florecer el amor, pero su semilla es infecunda en una tierra hostil y oscura.
Keller se inspira para su historia en una noticia aparecida en 1847 en el periódico Züricher Freitagszeitung. En ella se cuenta que fueron encontrados los cadáveres de dos jóvenes con disparos en las cabezas tras una noche de baile en un pueblo cercano a Leipzig. Sobre ello nos avisa el propio autor antes de entrar en la historia:
El relatar esta historia no pasaría de constituir una ociosa imitación si dicho relato no fuese el de un sucedido real y al mismo tiempo una demostración de lo hondamente arraigadas que están en la vida humana todas aquellas fábulas que han servido de trama y fundamento a las grandes obras clásicas.
El propio comienzo de la historia nos revela la metáfora y la antítesis de la vida y la muerte y el amor y el egoísmo, dejando entrever ese destino trágico:
Junto al bello río que corre a una media hora de Seldwyla se levanta una extensa y bien cultivada elevación de terreno, que desciende luego hasta perderse en la fértil llanura.
La característica aspereza de los mayores se detalla en la descripción de los dos labradores que trabajan la tierra:
Los dos campesinos que en las hazas laterales caminaban cada cual tras de su arado eran altos y huesudos; parecían tener unos cuarenta años, y su aspecto denunciaba al labrador acomodado. Vestían fuertes pantalones de cutí, que les llegaban hasta la rodilla y cuyos pliegues tenían y conservaban cada uno su lugar fijo e invariable, como si estuvieran tallados en piedra. [...] Desde alguna distancia, las figuras de ambos labradores parecían exactamente iguales y representaban el primitivo carácter de aquellos parajes.
Los hijos de los labradores son Sali y Vrenchen, que protagonizarán más adelante su historia trágica de amor. Ambos se conocen desde niños. Tienen siete y cinco años respectivamente y son descritos como sanos y alegres:
Había ya transcurrido la mayor parte de la mañana, cuando se vio acercarse desde el vecino pueblo un pequeño y cuidado cochecillo que apenas podía divisarse al empezar a subir la suave pendiente de la colina. Era un carrito infantil, pintado de verde, en el que los respectivos hijos de ambos labradores, un muchacho y una niñita, traían juntos un tentempié para sus padres, antes del almuerzo. [...]
Eran éstos un chico de siete años y una niña de cinco, los dos sanos y alegres, y sin nada más de particular en sus personas que el tener ambos muy bonitos ojos, y la niña, además, una preciosa tez morena y pelo muy rizado y obscuro, todo lo cual le daba un aspecto resuelto y ardiente.
El contraste entre la tierra y los jóvenes se va haciendo cada vez más latente a medida que pasa el tiempo y van creciendo:
Pasaron los años, vino una cosecha tras otra, y nuestros pequeños héroes estaban cada vez más crecidos y bellos, al revés de la abandonada tierra, que cada vez disminuía más entre las de los dos labradores [...] y los matorrales habían crecido tanto, que los niños, no obstante haber  aumentado también en estatura, no se podían ver cuando paseaban cada uno por la tierra de su padre, pues ya no correteaban juntos por el campo, dado que Salomón o Sali, como se le llamaba familiarmente, que había llegado ya a los diez años, se había agregado a la pandilla de muchachos mayores y casi hombres, mientras que la morena Vrenchen, a pesar de ser una fogosa muchachita, tenía que conservarse bajo la guarda de su propio sexo para no merecer que las demás le aplicasen el dictado de marimacho. Sin embargo, llegada la recolección, cuando todo el mundo estaba en los campos, encontraban la oportunidad de escalar el montón de piedras que separaba las propiedades de sus padres, y llegados a la cumbre, se empujaban recíprocamente para ver quién hacía caer al otro. Ya que no se trataban casi nunca, conservaban cuidadosamente esta anual ceremonia, que tenía siempre lugar en el mismo sitio, pues allí era donde únicamente se hallaban vecinas las tierras de sus padres.
En una subasta para obtener una parcela sin dueño, el labrador Manz (padre de Sali), se hace con ella frente a Marti (padre de Vrenchen).  Debido al egoísmo de ambos, se pelean y comienzan a distanciarse por un trozo de terreno, mientras que al mismo tiempo se evidencian más notoriamente las primeras señales de amor entre Sali y Vrenchen:
Sali, en cuanto se veía separado de Vrenchen, buscaba y encontraba el medio de ponerse nuevamente a su lado. Ella, por su parte, procuraba hallarse también junto a él, mirándole sonriente, y ambas criaturas gozaban, pensando que aquel alegre día no podía ni debía acabar jamás. 

Con el paso del tiempo, la enemistad entre ambos labradores se va acrecentando y afecta a la esperanza futura de amor de los jóvenes protagonistas. Ambas familias vecinas están distanciadas, como ocurría en la obra de Shakespeare:
Bajo estas circunstancias no podía ser peor la situación de los vástagos de ambos matrimonios, que ni podían abrigar ninguna esperanza consoladora en el porvenir ni gozar de una tranquila y alegre juventud, rodeados como estaban de luchas, penas y cuidados. La suerte de Vrenchen era aún peor que la de Sali, pues, muerta su madre, se hallaba sola en su desierta casa y entregada a la tiranía de un padre iracundo. Al llegar a los diez y seis años era ya Vrenchen una esbelta muchacha llena de encantos; sus obscuros cabellos caían en suaves rizos sobre su frente y llegaban casi hasta sus brillantes ojos negros; roja sangre coloreaba las redondas mejillas de su moreno rostro y resplandecía luego como profunda púrpura en sus frescos labios, de tal manera rojos, que daban a toda la cara de la muchacha una personalísima expresión. Una fogosa alegría de vivir palpitaba en cada una de sus fibras, haciéndola reír y jugar en cuanto el tiempo se mostraba algo propicio a ello, por poco que fuere, esto es, cuando su padre no la había atormentado mucho [...] pues además de tener que llevar sobre sí las penas y la creciente miseria de su hogar, tenía que guardarse a sí misma y tratar de vestirse y componerse lo más decente y limpiamente posible, sin que el padre quisiera proporcionarle medio ninguno para ello. [...]
No era tan dura la situación de Sali. Con el transcurso de los años se había convertido en un fuerte y esbelto muchacho que sabía defenderse y cuyo aspecto exterior hacía imposible pensar que consintiera que nadie le maltratase. También él se daba cuenta de la mala posición de su familia, y vagamente recordaba que no siempre había sido así.
La situación económica de los labradores es cada vez más precaria, y ambos se reprochan su propia ruindad. El odio entre ellos crece hasta el punto de llegar a las manos. En esa escena tan desagradable, es donde el amor de los jóvenes vuelve a manifestarse. Se ven tan poco que tienen que conformarse con el recuerdo:
Después de administrarse algunos golpes, se agarraron fuertemente, luchando silenciosos y anhelantes para ver quién conseguía arrojar al otro al agua por encima de la crujiente barandilla. En este punto llegaron sus respectivos hijos y vieron el abyecto espectáculo. Sali se puso de un salto junto a su padre para auxiliarle, ayudándole a dominar al odiado enemigo, el cual ya antes de su llegada parecía flaquear y estar a punto de ser vencido. Pero también acudió Vrenchen, que arrojando al suelo, con un grito de espanto, todos los trebejos de que iba cargada, se abrazó a su padre para protegerle, con lo cual solo logró estorbarle e impedir sus movimientos. Con lágrimas en los ojos miró suplicante a Sali, que en aquel momento se disponía a completar la victoria de su padre arrojándose también sobre el de Vrenchen; pero ante aquella mirada, quizá involuntariamente, cambio de intención, y sujetando a su padre, procuró calmarle y separarle de su contrincante. [...]Los dos viejos locos respiraron con fuerza y comenzaron de nuevo a insultarse a gritos, mientras se alejaban uno de otro. En cambio, sus hijos apenas podían respirar y guardaban un mortal silencio. Mas al separarse, sin que los viejos los vieran, se estrecharon con rapidez las manos, frías y húmedas del agua y de los peces. [...]
Sali, perdido en felices imaginaciones, no veía ni observaba nada. Sin darse cuenta de la lluvia ni de la tormenta, e indiferente a la obscuridad y a su situación miserable, todo, dentro y fuera de él, le parecía fácil, luminoso y lleno de calor. Se sentía tan rico e ilustre como un príncipe. Tenía de continuo ante sus ojos la rápida sonrisa que había brotado en el bello rostro estando tan cercano al suyo, y correspondía a ella ahora sonriendo a la amada figura de la muchacha, que se le aparecía en la obscuridad entre la lluvia, pensando que su sonrisa tenía que llegar hasta Vrenchen y adentrarse en ella, penetrando hasta su alma.
Ante esta situación, Sali no aguanta más y decide ir al día siguiente en busca de Vrenchen:
Sali, sin apartar la vista de la muchacha, permaneció inmóvil en su sitio. Por fin miró ella casualmente hacia el lugar en el que él se hallaba. Sus miradas se encontraron, y por unos minutos permanecieron fijas una en otra, como si ambos contemplasen una aparición ilusoria, hasta que Sali echó a andar lentamente hacia Vrenchen, atravesando la calle y el jardín de la casa. Al aproximarse a Vrenchen, le tendió ésta las manos, exclamando:
-          ¡Sali!
Él cogió aquellas manecitas sin apartar  sus ojos de los de ella, que se llenaron de lágrimas. Enrojeciendo bajo la mirada de Sali, dijo la muchacha:
-          ¿Qué vienes a hacer aquí?
-          Nada más que verte-respondió él-. ¿No quieres que volvamos a ser buenos amigos?
-          ¿Y nuestros padres?- preguntó ella, inclinando hacia tierra su llorosa cara, ya que no podía cubrírsela con las manos, que Sali retenía aún entre las suyas.
-          ¿Qué culpa tenemos nosotros de lo que han hecho ellos?-replicó Sali-. Quizá todo se arregle uniéndonos nosotros fuertemente y queriéndonos mucho.
-          Lo pasado no tiene ya arreglo posible-suspiró Vrenchen-. Sigue tu camino.
-          ¿Estás sola?- preguntó el muchacho-. ¿No puedo entrar un momento en tu casa?
-          Padre fue a la ciudad, y según me dijo, a tratar de jugarle una mala partida al tuyo. Pero no debes entrar en casa; ahora no hay quien nos vea, mas quizá luego te viera alguien al salir. Te ruego que te vayas ahora que no hay nadie en el camino.
-          No puedo irme así. Desde ayer no he podido dejar de pensar en ti un solo momento. Tenemos que hablar por lo menos media hora. Estoy seguro que ello nos hará bien a los dos.

lunes, 1 de septiembre de 2014

La naturaleza y el conocimiento


                                       


                                                           
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En un mundo descorazonador y en crisis, en el que lo fundamental es lo útil y lo material, vuelvo la mirada en un feliz olvido de mí mismo al todo de la naturaleza, parafraseando a Hölderlin. Me embarco en la admiración de lo sublime porque la belleza es placentera: el ruiseñor entonando su hermoso canto, una cascada con el rumor de su suave melodía antes de entrar en su sueño cristalino, el crepúsculo tejiendo su hilo de oro y rosa en el cielo para transmitirle al corazón la esperanza de un nuevo día, la  contemplación de la delicada belleza de las flores que mantienen en secreto el lenguaje del mundo, el perlino manto de nieve cubriendo a las montañas, y estas transmitiendo su frescor a la brisa para llevar a los humanos un soplo de su pura esencia… En definitiva, todo aquello que purifica el alma y el espíritu, ejercicio desdeñable para la sociedad actual.
Por todo ello, no es de extrañar tampoco que uno advierta los malos tiempos para la poesía. Palabra difícil de definir, tan difícil como definir un sentimiento. Solamente intuimos lo primordial que es en la humanización, pues la razón y el corazón deben unirse en nuestro interior para verter desde nuestra mano un buen verso, o deben unirse para interpretar un poema ajeno. Ejerce una profunda fascinación para los que la amamos. Si escribimos un poema, automáticamente deja de pertenecernos; si leemos uno ajeno, nos apropiamos de él. Goethe ya lo avisó: “El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro”. Cultivándola, resistiremos ante la desesperanza.
De forma más general, podemos decir que todo lo que requiera nuestro propio esfuerzo personal no puede adquirirse solo con dinero. Su nombre es conocimiento. La lectura nos proporciona entender otros mundos, otras épocas, sentir que estamos cerca de los escritores y de sus personajes, salir de nosotros mismos para estar en otros lugares, pensar, vivir más vidas que una… Es una magia que desarrolla la imaginación, la reflexión, el corazón y el espíritu. Todo ello nos vuelve más humanos. Si tenemos afán por aprender, por saber, nos volvemos rebeldes para los poderosos. Ya lo decía Heine: “Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres”.
Con todo esto, podríamos empezar a ver el mundo con los ojos del neurótico escritor suizo Robert Walser, capaz de encontrar belleza en objetos tan simples como un botón, una estufa o un paraguas que cuelga de un viejo clavo. Nadie como él sabía que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas de la vida, a diferencia de los que se dedican a acumular riquezas por ser pobres de espíritu.
Bien es cierto que la economía es muy necesaria en la sociedad, pero reducirlo todo a lo económico, a lo material, nos conduce a una limitación humana. En un mundo en el que solo impera la importancia de lo que se considera útil, todas las actividades van encomendadas a un rápido beneficio económico. Necesitamos pasar del cortoplacismo a la trascendencia, de una sociedad que ame lo útil y lo material a una sociedad que ame el altruismo y el conocimiento, compartiendo y dialogando con la tolerancia como base. 
No es de extrañar, pues, que las humanidades se encuentren en peligro de extinción. Disciplinas como la filología (el que ama las palabras) o la filosofía (el que ama la sabiduría), están denostadas.  Sea usted filólogo o filósofo para que la masa, contagiada por el sistema, le pregunte: ¿y eso para qué sirve? Pues para experimentar que existimos humanamente, para potenciar nuestra capacidad de creación, para sentir, para amar y para que el mundo sea un lugar más noble.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Hiperión: la belleza de una joya

                                                            


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Sobre diversos pilares se edifica esta monumental novela del divino poeta Hölderlin: Hiperión, cuyas palabras alcanzan la cima de la pureza. Algunos de esos pilares son: el reflejo del panteísmo, y más concretamente de la cita spinoziana: Deus sive natura (Dios o Naturaleza), por la cual la realidad es un sistema único cuyas partes se refieren siempre a un todo, a una sustancia única llamada Naturaleza o Dios; el sueño de la perfección del alma humana, la idealización de la Grecia Antigua, la idealización del Amor representado a través de un nombre platónico: Diótima, el placer de contemplar la Belleza en su concepto sagrado, la aplicación de su propia máxima: “Cercano está el Dios, pero difícil es captarlo; y donde crece el peligro crece también lo que nos salva”…
Esta novela epistolar, escrita a finales del siglo XVIII, se encuentra inmersa en el idealismo alemán y en los rayos del primer Romanticismo. En ese idealismo alemán se admiraba a la Grecia Antigua, hasta el punto de que los alemanes llegaron a sentirla como su propia seña de identidad. De ese país se enamoraron sin haberlo visto nunca; e incluso no se atrevían a viajar y conocerlo por el temor infundado de que se llevaran una decepción y se rompiera el sueño. Todo este amor por Grecia se debió a la influencia que ejerció Winckelmann, como nos cuenta Rosa Sala Rose en su gran ensayo El misterioso caso alemán: En general, todo parece apuntar a que el sueño helénico de Winckelmann, con sus griegos libres y bellos, fue en gran medida un extraordinario ejercicio de sublimación erótica, del que, a través de un efecto extraño de simpatía colectiva inconsciente, cayó víctima una Alemania que, con su sentido protestante de deber y su negligencia pietista del cuerpo, resultaba especialmente proclive a este tipo de seducción.
La novela se configura a través de una sucesión de cartas que el griego Hiperión dirige a un amigo alemán (sin voz en la novela), llamado Belarmino. Comienza la novela epistolar con el regreso de Hiperión a su Grecia natal con una mezcla de alegría y dolor, pero encontrando consuelo en la unión con la naturaleza a través del “todo-uno” del idealismo alemán, por el cual el propio ente se funde con la belleza de la naturaleza, observándose en ejemplos tales como: ¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo. Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad.
Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el cielo del hombre.
Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegrías, ésta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.
Otro tema importante en esta primera parte de su obra es el recuerdo de su infancia, la evocación de ese pasado de libertad y de calma, que fue uno de los motivos por los cuales había vuelto a Grecia, al país donde se encuentra el escenario de sus juegos de niñez y del que regresa al comienzo de la novela, como se ha dicho antes:
¡Calma de la infancia, calma divina! ¡Cuántas veces te contemplo en silencio, amorosamente, y quisiera alcanzarte con el pensamiento! Pero sólo conservamos nociones de lo que, habiendo sido malo, se acabó transformando en bueno; de la infancia y de la inocencia no tenemos nociones.
Cuando yo era un niño callado y no sabía nada de todo lo que nos rodea, ¿no era entonces más que ahora, tras todas las fatigas del corazón y todos sus esfuerzos y afanes?
Sí, el niño es un ser divino hasta que no se disfraza con los colores de camaleón del adulto.
Es totalmente lo que es, y por ello es tan hermoso.
La coerción de la ley y del destino no le andan manoseando; en el niño sólo hay libertad.
En él hay paz; aún no se ha destrozado consigo mismo. Hay en él riqueza; no conoce su corazón la mezquindad de la vida. Es inmortal, pues nada sabe de la muerte.
Pero los hombres no pueden soportar esto. Lo divino tiene que volverse como uno de ellos, tiene que notar que ellos también están ahí, y antes de que la naturaleza lo expulse de su paraíso, los hombres lo arrancan de él y lo arrojan al campo de la maldición, para que se gaste trabajando con el sudor de su frente

sábado, 7 de abril de 2012

Erckmann-Chatrian y El amigo Fritz

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 Émile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890) fueron dos novelistas franceses que escribieron sus obras a dúo. Cultivaron desde obras románticas hasta cuentos de terror y se ganaron la admiración de escritores como Lovecraft, Victor Hugo o Émile Zola.
Una de sus mejores obras románticas fue: El amigo Fritz. Como ambos escritores se conocieron en la primavera de 1847, probablemente tomaron de esa estación su esencia vital con la que impregnaron de optimismo las páginas de esta novela, con una luz llena de colorido que deja su resplandor en la salubridad, amabilidad y sencillez de sus gentes; y en el alma del lector una sensación de dulzura, felicidad, ternura y  paz por el brillo que transmite cada hoja.
Esta obra brotó en 1864. Cada personaje responde a una descripción precisa y al modelo fiel del cuadro de costumbres, desde el rabino David que ejerce como casamentero hasta el bohemio Josef o el epicúreo protagonista Fritz.
Fritz Cobus es un solterón joven y rico que dedica su vida a evitarse preocupaciones y a comer y a beber bien, a pasear por las tierras alsacianas y a frecuentar  las posadas en compañía de sus amigos, viviendo en una hermosa casa de la plaza de las Acacias y con una granja en propiedad en el valle de Meinsenthal. En su propia casa disfruta de las buenas comidas que le prepara la vieja y fiel sirvienta Katel.
El mejor amigo del que fuera su padre, el rabino David, le propone alguna joven, bella y honrada esposa para casarse pero siempre acaba rehusando la propuesta y riéndose a carcajadas porque prefiere mantenerse soltero.
Posteriormente, pasa una temporada en la granja para ayudar a los moradores en sus tareas, y es allí donde se enamora de la tímida, inocente y dulce Suzel, a la que los propios autores la describen como si fuese uno de los más hermosos paisajes de la obra: “Había en ella como un perfume de los campos; un buen olor de primavera y de aire libre, algo de riente y de dulce, como la algarabía de la alondra sobre los trigales: al mirarla os parecía estar en pleno campo, en la antigua hacienda después del deshielo”.  Es una jovencita a la que Fritz alaba por sus buenos platos y por su forma de desenvolverse en las tareas. En toda su estancia no echa de menos en ningún momento la vida en su casa y en sus quehaceres cotidianos; y cuando regresa al hogar vuelve como alguien despistado, triste y enfermizo, hasta darse cuenta de que lo que le sucede es que se ha enamorado de Suzel, pero debido a la diferencia de edad entre ambos, cuando le toca volver de nuevo a la granja prefiere huir de ella y pretexta un viaje con el recaudador de contribuciones recorriendo con él los hermosos valles del Rin. A su vuelta, como no ha podido olvidarse de ella, se da cuenta de que es inútil escapar. Acude a la cervecería del Gran Ciervo en compañía del padre de Suzel y del rabino David, y allí el alcohol le hace traslucir su alma replicándole un comentario al rabino con las siguientes palabras: “Oye, David, ¿a qué llamas tú cosas sin importancia? ¿En todo tiempo y en todos los países no ha sido el amor el que ha inspirado las más bellas acciones y los pensamientos más elevados? ¿No es el mismo aliento del Eterno el principio de la vida, del valor, del entusiasmo y de la abnegación? ¿A ti te corresponde profanar así la fuente de nuestra felicidad y la gloria del género humano? Si quitas el amor al hombre, ¿qué puede quedarle? La avaricia, el egoísmo, la embriaguez, el tedio y los más miserables instintos. ¿Qué gran obra hará? ¿Qué cosas bellas podrá decir? Nada en absoluto. ¡No pensará más que en llenar la tripa!... ¿Y si se llama al canto de vuestro rey Salomón el Cantar de los Cantares, no es también porque canta el más noble amor, el más grande, el más profundo en el corazón del hombre? Cuando dice en el Cantar de los Cantares: “Mi bien amada, tú eres hermosa como la bóveda de las estrellas, agradable como Jerusalén, temible como los ejércitos que avanzan con sus desplegadas banderas”, ¿eso no quiere decir que nada hay más bello, más invencible y dulce que el amor? ¿Y todos nuestros poetas, no han dicho lo mismo? ¿Y, desde Cristo, el amor no ha convertido a los pueblos bárbaros? ¿Con una sencilla cinta de un salvaje no ha hecho un caballero? En nuestros días todo es menos grande, menos bello, menos noble que antaño; ¿no es porque los hombres desconocen el verdadero amor y se casan nada más que por interés? Pues yo sostengo y digo que el amor verdadero, el amor puro, es la única cosa que puede cambiar el corazón del hombre, lo único que puede elevarlo y que merezca la pena de dar por él la vida; me parece que han hecho muy bien estos hombres batiéndose, puesto que ninguno de ellos podía renunciar a su amor sin reconocerse indigno de él a sí mismo”. 

sábado, 31 de diciembre de 2011

Heine: un ángel caído descansa en la nieve

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Heinrich Heine (1793- 1856) fue un poeta alemán capaz de escribir versos de incomparable belleza y de usar la malicia y la ironía contra todo aquello que consideraba criticable en su país. Precisamente, por su condición de judío, en Alemania se granjeó la fama de “antialemán” por los antisemitas, y mucho tiempo después por los nazis. Su nombre ha intentado ser escondido por algunos y ensalzado por otros. Por él han pasado desde las críticas más ácidas hasta el inmenso elogio de ser considerado el mayor poeta alemán después de Goethe. Quizá la falta de expectativas laborales fue lo que llevó a Heine a marcharse a Francia, pero de todas formas resulta difícil imaginar al poeta viviendo toda su vida en un país con una situación política y social en aquel tiempo inestable y opresiva. Si bien hoy en día está considerado uno de los más grandes poetas que ha dado Alemania, durante su vida y hasta muchísimo tiempo después de muerto, su figura ha estado moviéndose siempre entre las luces y las sombras, hasta el punto de que una gran admiradora suya, Isabel de Baviera (la famosa Sissi), intentó rendirle un homenaje pidiendo que pusieran su estatua en su ciudad natal, Düsseldorf, pero esa petición fue rechazada y no se puso hasta muchos años después.
Quizá nadie resuma mejor la esencia de Heine como el escritor Max Aub, que en una conferencia dictada en la Ciudad de México con motivo del centenario de su muerte, dijo de él:
Heine está crucificado en medio del siglo XIX. Lo preside. Expresó como el mejor el tiempo en que vivió, más claras que nadie se las cantó a Alemania, a Francia, a Inglaterra; se atrevió con todo.
Nacido en las orillas del Rin, donde se cruzan las apuestas de la vida de Europa; donde se jugó, se juega y se seguirá jugando su historia, Heine es, como su río, alemán, y alemán y francés según sus orillas y los meandros del tiempo. Legendario y comercial, hermoso entre montes y llanos, civilizado y civilizador, fuente y represa de poesía y de destinos, muere despatarrado, rota la médula, en el mar del Norte, que este hombre de Düsseldorf cantó como nadie.
Heine es el Rin y el siglo XIX, la grandeza de Europa en su época más brillante. Heine es Napoleón y 1848, la crítica y la creación, el ateísmo y el deísmo panteísta. Es el que cree y no cree, y crea. Afirmación y negación, bien metido en el cauce de su maestro Hegel.
No se puede explicar a Heine –comprenderlo, lo comprende cualquiera-, sin conocer a Hegel, al Hegel pujante de la juventud. Su amor por Grecia, su desprecio del catolicismo, su concepto de Cristo, su admiración por Napoleón se desprenden de las enseñanzas vivas de Hegel.
No se parece a Rembrandt, como quería Brandés, sino a Goya; por el poder satírico, lo profético, la crítica social, el amor al cuerpo femenino, su gusto por el pueblo, su predilección por Francia, a donde ambos fueron a morir empujados por la reacción. Y la luz. Goya es a la pintura de nuestro tiempo lo que Heine a la poesía y Hegel al pensar.
En su juventud se enamoró de su prima Amalia; su amor sin esperanzas, irrealizable, que le acompañó en sus escritos durante toda la vida. De hecho, mucho tiempo después, viviendo en Francia, a su amigo y poeta Gerard de Nerval, como nos cuenta Teodoro Llorente en su Prólogo a las poesías de Heine, le confiesa: “Solo escribo versos para llorar unos amores sin esperanza, de juventud. Desde que perdí aquel paraíso de amor, esta pasión no es para mí más que un pasatiempo”.
Retrotrayéndonos a 1816 encontramos en la Correspondencia inédita de Heine una carta dirigida a su amigo Cristian Sethe, en la que le habla de su amor por Amalia (Molly en sus escritos):
¡No me ama! ¡Pronuncia, querido Cristian, esta palabra en voz baja, muy baja! En la última está el eterno cielo, siempre vivo; pero en la primera está el infierno mismo, siempre eterno. Si tú pudieras ver un solo instante a tu pobre amigo, contemplar su pálido rostro y el aire descompuesto y enloquecido que tiene, seguramente que el legítimo disgusto que mi largo silencio te había causado, iría amortiguándose poco a poco. Fuera mejor aún que pudieras penetrar una sola de tus miradas en las profundidades de su alma; entonces únicamente empezarías a quererle […], creo haberte hablado de las muchas veces que al mirar tu rostro he encontrado en él, y particularmente en tus ojos, algo que de una manera extraña me rechazaba y a la vez me atraía hacia ti vivamente, casi como si en un mismo momento recibiera de ellos un dulce bienestar y también la burla más fría, áspera y amarga. Pues bien, ese mismo misterio, ese enigma, lo he encontrado en las miradas de Molly. Eso es precisamente lo que tanto me confunde. No obstante que tengo pruebas evidentes e irrefutables de que nunca ha de amarme […], sin embargo, mi pobre corazón enamorado no quiere dar todavía su concedo, y se dice a sí mismo: ¿Qué me importa tu lógica? Yo tengo mi lógica particular […], desgarra mi corazón ver con qué sequedad y aspereza desdeña mis cantares, sólo para ella escritos, y cómo se burla de mí. Pero, ¿creerás que a pesar de todo, estimo ahora a mi Musa más que nunca? Es mi fiel y consoladora amiga; tiene una dulzura tan misteriosa que siento por ella vivísimo amor…